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El dulce Jesús

Había una vez, un grupo de niños y niñas que estudiaban la escuela primaria, en un país que se llama Guatemala.

El dulce Jesús. (Ilustración, Centennial: Gérman Gómez).

Estaban en clase y…


—¿Qué es el amor? —Preguntó Rosita.


La maestra en lugar de responderle, le dijo a la clase:


—¿Quién le quiere responder a Rosita?


Hubo silencio, nadie habló. La maestra tomó la palabra de nuevo:


—Estoy segura de que todos y todas aman a sus padres, ¿verdad?


—Sí, dijeron en coro.


—¿Aman a sus hermanitos? —Preguntó la maestra.


Claudia con sus diez años, levantó la mano y dijo:


—Pero molestan mucho, me tocan mis cuadernos y juguetes, a veces me lo rompen…


—Hace varios meses —dijo la maestra— tú, Claudia, lloraste mucho porque un niño le había pegado a tu hermanito.


—Bueno, yo no quiero que le hagan daño a mi hermanito, —respondió Claudia.


—Eso quiere decir que lo amas, -aclaró la maestra.


Entonces Pedrito dijo:


—Mi papá me contó que Jesús ama a todo el mundo.


—¿Jesús está vivo? —Preguntó Roberto.


—No, respondió la maestra; Jesús nació hace más de dos mil años, murió en la cruz y resucitó.

—¿Quiénes lo mataron? —Preguntó nuevamente Roberto.


De pronto, Julito empezó a llorar y se cubrió la cara con sus manitas, al mismo tiempo que decía:


—Yo no lo maté, tampoco mis papás, nosotros lo queremos y cuando vamos a comer mis papás le agradecen la comida.


—Sí ya está muerto, ¿Por qué se sigue hablando de él por todas partes? —Preguntó Claudia.

Entonces la maestra tomó la palabra y dijo:


—La muerte de Jesús no es tan importante, es más importante saber que resucitó y vive en nuestros corazones, esto nos enseña que cada persona debe resucitar con el mensaje de Jesús: ¡AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO!


Se quedó un rato en silencio y volvió a decir:


—El dulce Jesús nos enseñó que tenemos que amar a nuestros semejantes, especialmente a nuestros enemigos o quiénes no piensan como nosotros; no tenemos que responder con violencia sino con amor y bondad. 600 años antes nació otro gran profeta, se llamó Buda y nos enseñó que debemos buscar nuestro ser adentro de nosotros mismos, encontrar nuestro espíritu y la misión que traemos a este mundo.


Jesús nos dijo que eso era muy importante, pero en función del prójimo. Vean qué gran avance para la humanidad.


—Pero maestra, ¿eso quiere decir que debo amar a ese niño que le pegó a mi hermanito? —Preguntó Claudia.


—Así es, Claudia, —dijo la maestra.


—Eso es muy difícil, —dijo Claudia, ¿Cómo voy a mar a Julio, ese niño abusivo de la otra clase que le pegó en la cara a mi hermanito? Además, pegarle a un niño más pequeño es cobardía.


La maestra que la escuchaba con atención, les dijo:


—El dulce Jesús nos enseñó que cuando nos golpean en una mejilla, hay que poner la otra, así no tendremos más violencia.


El Silencio nuevamente inundó la clase, nadie parecía estar de acuerdo con poner la otra mejilla, de pronto sonó el timbre del recreo.


Juan, el niño que había sido golpeado por Julio, aún sentía el golpe, en un momento se paró y dijo:


—Aunque sea más pequeño, voy a buscar a ese Julio.


Varios de la clase se fueron detrás de él, pensando que habría más pelea.


Juan llegó con Julio y este al verlo se puso en posición de pelea. Entonces habló Juan:


—El hombre más importante del mundo que se llama Jesús, dijo que si tú me pegas en una mejilla, yo debo poner la otra.

Niños pelando. (Ilustración, Depositphotos: Katerina Dav).

Julio lo miró con asombro y respondió:


—Yo te di el golpe porque te robaste mi manzana, no te quiero golpear de nuevo.

En ese momento, Claudia que estaba junto a su hermanito, intervino:


—Juan no te robó tu manzana, fui yo, porque creí que era la mía; ahora me doy cuenta de mi error y te doy esta manzana para que me disculpes, pero no tenías derecho a pegarle a mi hermanito.


Julio se quedó pensando y dos lágrimas asomaron a sus ojos, luego, mientras lo abrazaba habló con mucho sentimiento:


—Te pido perdón Juanito y deseo que seamos amigos.


Entonces, todos y todas fueron con la maestra y le contaron lo que había pasado; ella les dijo:


Hoy estuvo aquí el dulce Jesús, él une a los seres humanos con su mensaje de amor y bondad, nos enseña que cada ser humano es nuestro hermano y tenemos la obligación de tenderle la mano.


Claudia dijo:


Ahora entiendo por qué usted dice el dulce Jesús; cada vez que pronuncio su nombre mi boca se pone dulce.


Sí, —dijo la maestra— y agregó:


Ese dulce en la boca que sentimos cuando decimos Jesús, debemos pasarlo a nuestro corazón con una acción de amor al prójimo. Hoy, Juan llamó al dulce Jesús y lo puso en su corazón al poner la otra mejilla, tal como el dulce Jesús nos enseñó; por eso, todas las maestras debemos aprender que enseñar es amar a las personas sin discriminación; así estamos predicando su mensaje.


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✒️ Las opiniones expresadas en esta sección —Plumas de libertad— son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente los puntos de vista de Centennial.

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