El estudio vale por sí mismo

Cómo me voy a olvidar de ese sexto año de bachillerato, en el que tuve que elegir la carrera que iba a estudiar y a la que me iba a dedicar en los años subsiguientes. Fue tremenda la situación en mi casa, teniendo que explicar para qué servía la filosofía.
Recuerdo a mi madre, genia ella, tratando de entender de qué iba a trabajar y la pregunta del millón: «¿A qué te vas a dedicar?» o «¿Qué vas a hacer?», pregunta que un chico de 17 años lo mortifica: la famosa pregunta por la vocación; que, sin embargo, esa pregunta por el ser de algún modo la distiende, hay algo raro en la pregunta. «¿Qué vas a hacer cuando seas grande?», «¿A qué te vas a dedicar?». Cuando uno en realidad lo que está haciendo es elegir una carrera. Y con qué tiene que ver la carrera que uno elige, de qué se trata la vocación. Esa es la pregunta.
El estudio vale por sí mismo, el placer de estudiar.
Saben que «vocación» es un término que remite a la palabra «vos», como si hubiera una voz que deberíamos escuchar para entender a qué nos vamos a dedicar los próximos años. Lo interesante es que esos próximos años, básicamente, vamos a estudiar y no son años de inversión. Pensando entonces en que ese estudio genera una serie o una consecuencia cuando, después del título, nos graduemos y salgamos al mercado laboral a ejercer ese estudio. El estudio vale por sí mismo, el placer de estudiar.
Escuchar la voz es también escuchar nuestro deseo y poder salir de ese binario entre el trabajo, entre la salida laboral, desde la cual decidimos entrar a una carrera y lo que es estudiar desde el deseo o estudiar desde la vocación. Además, la misma idea de la categoría de carrera es una idea bastante conflictiva. Nadie está corriendo a ningún lado para que llamemos a ese trayecto de nuestra formación con la idea de carrera, ¿no? Al revés, estamos tratando de conectar día a día con el deseo de saber, con un texto, con un docente, con compañeros con los cuales se construye la vida universitaria.
La vocación es algo abierto; esa voz cambia todo el tiempo porque somos seres que estamos en plena transformación. Es muy común que a lo largo de la trayectoria universitaria podamos incluso cambiar de carrera.
Por mandato familiar o mandato social, decide dedicarle toda la vida a ese estudio.
Que mal visto que está el que en tres o cuatro años decide hacer dos o tres cambios de carrera. Increíblemente, se considera una persona con problemas; cuando aquel que elige una carrera desde el inicio, pero a los tres meses se da cuenta que su deseo no está puesto ahí pero, por mandato familiar o mandato social, decide dedicarle toda la vida a ese estudio y a esa profesión; esa persona, en nuestra sociedad, es vista como una persona normal, sin problemas. En cambio, el que cambia de carrera una y otra vez en busca de poder plasmar su deseo y su identidad, es una persona anormal o problemática.
Algo tenemos que empezar a mover en nuestra presión con los chicos que a los 17 o 18 años empiezan a pensar por dónde se les juega su deseo; un deseo de saber que a veces ni siquiera encuentra su conformación en estructuras previas que no necesariamente traducen ese deseo.
¿Qué quise decir? Pensaste realmente si estás eligiendo una carrera en función de lo que quieres estudiar o si en realidad ingresas a un dispositivo previo que define con anticipación el tipo de formación en la que te vas a sumergir el resto de tu vida.
Romper con el binario, salir de esa dicotomía entre ver qué voy a estudiar en función de mi deseo o en función de la salida laboral. No te quepa duda de que, si eliges lo que vas a estudiar de acuerdo con lo que te gusta, después vas a trabajar del modo más realizado, trabajar en función de lo que te atraviesa como persona y no de lo que otros esperan que tu seas.