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El fantasma

No soy maestra de profesión pero varias veces fui a una escuela primaria como voluntaria. En una ocasión nos fuimos de excursión y tratamos de mantener entretenidos a los niños con un juego que consistía en decir una palabra y compartir una experiencia relacionada.

El fantasma (Foto: Centennial, Gérman Gómez).

«Yo empiezo», dijo la más pequeña del grupo mirando con ojos retadores a su hermano y como si supiera sobre que iba a tratarse la anécdota dijo la palabra: «tijera». El pequeño empezó contando que su abuelita escondía unas tijeras en la gaveta de la cocina y que una noche había planeado sacarlas y cortar el cabello de su hermanita mientras dormía. De inmediato captó nuestra atención porque queríamos saber si su plan se había concretado. Con toda naturalidad dijo que había tomado un mechón del cabello de su hermana y lo había guardado en una caja de zapatos. Su hermana lo interrumpió y él le pidió que lo dejara terminar, que ya le llegaría su turno.


Al día siguiente cuando la niña se levantó para ir a la escuela y notó que le faltaba un pedazo de cabello, empezó a llorar. Entonces el niño le dijo que un fantasma había venido por la noche y le había arrancado el cabello, que él lo había guardado en una caja de zapatos porque sabía que nadie le iba a creer. La niña ya no quería dormir con la luz apagada porque tenía miedo que el fantasma volviera aparecer en el silencio de la noche. La abuela que tenía a su cargo el cuidado de los niños, le dijo a la pequeña que ella se iba a encargar personalmente de ese «fantasma».


El niño no pegó ojo esa noche esperando que la abuela se enfrentara al fingido espectro, pero finalmente lo venció el sueño y ya no supo más. Como solían hacerlo se levantaron temprano para ir a la escuela, cada uno con su bolsón al hombro y a la hora del recreo la niña sacó de una bolsita plástica un pan con frijoles. El hermano hizo lo mismo pero solo encontró una servilleta de tela doblada a la mitad dentro de la bolsa, cuando regreso a su casa le dijo a la abuela que seguramente había olvidado ponerle el pan, y ella con una mirada de picardía le dijo quizá vino el fantasma y se lo comió. Una semana sostuvo el niño la historia del fantasma, hasta que el hambre lo hizo confesar y todos quedaron contentos.

Cuando llegó el turno de la hermana, el niño dijo la palabra: «abuela». La niña tenía un brillo especial en los ojos y empezó a contarnos que antes de ir a la escuela, la abuela acostumbraba hacerle una trenza en su cabello y le dibujaba con la mano una crucecita en la frente a cada uno, les bendecía y pedía que se portaran bien. Ambos hermanos eran excelentes narradores, cada vez que jugábamos a contar historias con las palabras siempre nos sorprendían con fantásticos relatos. Esa dinámica fue de mucha ayuda para que los niños introvertidos compartieran con mayor facilidad en el grupo y que nosotras como voluntarias construyéramos un vínculo de confianza con ellos al expresar nuestras propias vivencias. La que más gracia les causó fue la del «escondite», casi le cuesta la vida a mi hermano menor que eligió nuestro pequeño refrigerador para ocultarse. Era común que escogiéramos espacios debajo de la mesa, detrás de una puerta, pero nunca imaginamos que lo encontraríamos doblado dentro de la nevera titiritando del frío.


Ese día lo crean o no mi compañera nos contó que su primo también los había hecho pasar momentos de angustia cuando estaban jugando a las escondidas. El niño no aparecía por ningún rincón de la casa, por lo que sus padres tuvieron que llamar a la policía y a sus tíos. Ellos sugirieron buscar debajo de las camas, y así fue como la compañera lo encontró dormido dejando caer la baba.


Feliz día del libro para todos los que concluyeron la lectura.

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