El lenguaje nos emancipa, nos poetiza
Todo es texto, lo que digo, lo que pienso, incluso lo que hago. Como dice Jacques Derrida «no hay nada fuera del texto» (Derrida, 2022). Todo es lenguaje, no hay nada fuera del lenguaje; pero si todo es texto y no hay nada fuera, ¿a qué se refieren las palabras, de qué habla el lenguaje?

¿El lenguaje habla de las cosas o habla de sí mismo? ¿Hay algo que podamos pensar que se sustraiga al lenguaje? ¿Qué es el lenguaje? ¿Cómo lo hemos pensado a lo largo de la historia? ¿Es cierto que el hombre es hombre y también habla, como también camina, respira o duerme; o es al revés, ¿y el lenguaje nos hace hombres? ¿El hombre habla o el lenguaje nos constituye como hombres? Pero entonces, ¿hay algo fuera del texto o somos meras textualidades? Y si somos palabras, ¿quién nos escribe? Pero, ¿cómo pensó la filosofía el lenguaje? O, mejor dicho, ¿cómo pensaba el lenguaje filosófico en el lenguaje?
Al principio, nuestra cultura supuso que el pensamiento humano podía captar la naturaleza de lo real y expresarla a través del lenguaje. El lenguaje sería un mero medio, el medio cuya función es expresar; es decir, sacar y poner en circulación el significado de las cosas.
Lo que está en juego es la literalidad. Entender que el lenguaje es como un espejo que debe alcanzar una transparencia absoluta. En el literalismo, cada palabra, cada ley gramatical y cada significado, funciona transmitiendo literalmente lo que ocurre en la realidad. Las dos fuentes de la cultura occidental, la tradición bíblica y la filosofía griega, parten de concepciones esencialistas y realistas del lenguaje.

Esto significa que se suponía que había un momento original en el que las palabras y las cosas convergían en una sana armonía y, por una u otra razón, esta armonía se rompió. Nuestro lenguaje tiende a la esquematización binaria, a las lecturas dicotómicas y al pensamiento bipolar. Es el lenguaje de la metafísica.
No hay gramática que funcione si no se respetan los principios más rígidos de la lógica y, sin embargo, el propio lenguaje ha dejado abierta la posibilidad de su propia superación. Los mayores proyectos de vanguardia surgieron del lenguaje contra el propio lenguaje.
El Cratylus es un texto de los diálogos de Platón que trata el problema del lenguaje: ¿reflejan las palabras la esencia de las cosas o no? Es una discusión sobre la exactitud de los nombres; por un lado, está Cratylus, que sostiene que los nombres son literales y revelan la naturaleza de las cosas. En el otro lado está Hermógenes, que cree que los nombres son producto de la convención. Y en el medio está Sócrates, que critica ambas posiciones. La cuestión es conocer las cosas mismas para llegar a los nombres y no al revés (Platón, 2020).
Es la clásica vía platónica, los nombres son mediaciones, degradaciones de la verdad y si hay mediación hay distorsión. Pero toda la posición platónica se basa en que hay una realidad trascendente más perfecta que nuestro mundo, y mientras mantengamos esto, el lenguaje siempre tendrá la necesidad de hacer corresponder las palabras y las cosas.
Pero no solo en el pensamiento griego surgen estas tensiones; en la Biblia la cuestión del lenguaje también es ambigua. Ante todo, la Biblia es la palabra de Dios revelada a los hombres; es decir, todo lo que existe se nos revela como un texto. Nuestro conocimiento de las cosas es a través de un texto.
Podemos debatir si es cierto o no, pero sigue siendo un texto. Dios nos revela el contenido del mundo a través de un texto. Porque Dios mismo es una palabra y una palabra creadora. Dios dice: «Hágase la luz» y la luz se hace.

Como dice el poeta Edmond Jabés «Dios es porque está en el libro» (Jabès & Jarauta, 2006). No solo Dios es una palabra en sentido teológico, sino que Dios mismo es una palabra y es el personaje del libro. Todo se configura a partir de la historia de la Torre de Babel hacia la cuestión del origen: ¿hay una realidad por debajo de la diversidad de significados que postulan las lenguas, o cada lengua crea su propio mundo y por tanto no todo es traducible? Y si no todo es traducible, ¿no resultan más interesantes esas zonas de significado que quedan en los márgenes? Esas zonas que no se pueden traducir.
Por otra parte, no es casualidad que una fuerte crítica contra la racionalización del lenguaje haya surgido del arte y especialmente de la poesía. Es el origen del romanticismo (siglo XVIII) el que comenzó a cuestionar la frialdad y la cosificación de un lenguaje solo preocupado por el uso correcto de sus leyes, la deducción válida de todas sus conclusiones y la desambiguación de todo significado.
La riqueza del lenguaje comenzó en el punto opuesto: «Dios no es un matemático, sino un poeta», dijo Hamman. La poesía podía superar las deficiencias del lenguaje racional, ya que incorporaba toda una dimensión más profunda, reencantando un mundo desgarrado por el hombre moderno.
Si Dios es un poeta, nuestro mundo es un poema y en un poema los tiempos son diferentes, los significados son diferentes, las funciones de las palabras son diferentes. Un poema es una totalidad abierta y tiene un objetivo opuesto al del lenguaje comunicativo, no busca lo común sino la diferencia. No se pretende que todos entiendan lo mismo, sino que cada uno se pierda con su propia lectura. La poesía está hecha de palabras, pero rompe la gramática.
El lenguaje es una institución regulada por normas de inclusión y de exclusión. Hablar siempre respetando nuestra lengua, nos enseñan de pequeños, garantiza nuestra comunicación, Pero ¿Por qué tuvimos que nacer con esta gramática?, ¿Se puede hablar el lenguaje de la poesía en la vida cotidiana? Nuestro lenguaje tomó el camino de la metafísica, pero ¿cómo salir de él?, ¿cómo salir del lenguaje si todo es lenguaje?
¿Qué pasaría si todo es metáfora?, ¿Qué pasaría si la metáfora añadiera, agregara o excediera significado? ¿Qué pasaría si cada palabra arrastrara con ella otras múltiples posibilidades de ser?
Si todo es metáfora, en primer lugar, tendríamos que hacer estallar nuestra propia metáfora, incluso ésta que nos permite entendernos a nosotros mismos. Solo es posible salir de la metáfora haciéndola implosionar contra sí misma. En la vanguardia surrealista, se pone como método para escribir un poema, que cada nuevo término no tiene ninguna relación lógica con el anterior. En otra vanguardia, como la dadaísta, su manifiesto comienza con una definición contundente: «Dadá no significa nada».

Las vanguardias artísticas de principios del siglo XX trataron de escapar del lenguaje desarrollando una poesía de ultratumba que acabara sintiendo la naturaleza misma de todo lenguaje posible, su legalidad. Una vez disuelta la legalidad del lenguaje, se disuelve una forma única de ordenar lo real. Pero entonces, ¿qué queda de lo real?
Nietzsche dice «No podemos deshacernos de la idea de Dios porque seguimos creyendo en la gramática» (Nietzsche et al., 2000). Nuestro lenguaje ha tomado el camino de la metafísica, pero lo real siempre puede ser de otra manera, ¿no? Pero qué quiere decir Nietzsche: ¿podemos dejar de hablar el lenguaje o se trata de encontrar otras formas posibles de hablar?
«El significado de una palabra es su uso en el lenguaje» (1986) decía L. Wittgenstein. Que las palabras se refieran a cosas es una de las muchas formas de hablar, pero no es la única. Es uno de los muchos juegos de lenguaje posibles.
El punto más importante aquí es el descentramiento del lenguaje. Como dice Derrida, «no hay nada fuera del texto» (Derrida, 2022), y esto supone establecer una profunda fractura entre las palabras y las cosas. Pero entonces, ¿no es posible que pensemos que primero hablamos y luego, en función del modo en que hablamos, constituimos lo real? ¿Qué pasaría si aceptáramos que no hay un lenguaje único, sino que muta con el tiempo? ¿Qué pasaría, para más inri, si nos diéramos cuenta de que no hablamos una lengua, sino que la lengua nos habla a nosotros?
Todos los términos tienen múltiples significados, pero la historia hace que unos sean más eficaces que otros, si el poder se teje en las palabras, también es cierto que el lenguaje nos emancipa, nos poetiza. A veces, parece que no hablamos una lengua, sino que la lengua nos habla, creemos que la usamos, pero nos trasciende y condiciona.
Es cierto que todo significa siempre algo, pero todo puede significar mucho más, porque en todo sistema cerrado hay una fisura, y lo humano es básicamente una fisura, una línea de fuga, un escape, una diferencia. Quizá se trate de recuperar el sentido olvidado de las palabras y rescatar así el carácter indecidible y abierto del lenguaje. Si no hay nada fuera del texto, nos corresponde a nosotros hacer que las palabras que somos se conviertan en poesía.
📚Referencias
Derrida, J. (2022). De la gramatología. Siglo XXI. https://traficantes.net/libros/de-la-gramatolog%C3%ADa
Jabès, E., & Jarauta, F. (2006). El libro de las preguntas (J. M. Arancibia & J. Escobar, Trads.).
Nietzsche, F., Berasain, A., & Nietzsche, F. (2000). El libro del filósofo seguido de Retórica y lenguaje (2. ed). Taurus.
Platón. (2020). Crátilo. Greenbooks editore.
Wittgenstein, L. (1986). Diario filosófico (1914-1916). Planeta-Agostini.
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