El poder del engaño

¿Quién de nosotros no ha sido engañado más de alguna vez? Yo por ejemplo confiaba en la honestidad de Lance Armstrong cuando afirmaba que nunca había usado sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento durante su carrera como ciclista. Después de todo, así lo había escrito la periodista deportiva Sally Jenkins en la emotiva historia que Lance le narró cuando fue campeón del Tour de Francia en 1999 luego de haber superado un cáncer de testículos, que por cierto, lo motivó a crear una fundación dedicada a la lucha contra el cáncer.
Un día una compañera de trabajo que conocía mi afición me dijo que había escuchado las declaraciones de Armstrong en el programa de Oprah Winfrey y que seguramente no me iban agradar para nada. No lo podía creer, toda mi vida había admirado su trayectoria. Es más, cuando salió a la venta su libro, sin importar el precio (los libros en Guatemala siempre han sido caros), adquirí Mi vuelta a la vida, un ejemplar que hablaba acerca de su infancia, de los desafíos a los que tuvo que enfrentarse y el riguroso entrenamiento que lo llevó a alcanzar el triunfo en el Tour.
Cuando terminé de leer el libro estaba convencida de su inocencia, sabía que no había sido fácil para él tener que dar explicaciones a los medios que constantemente lo acosaban con la misma pregunta. Varias veces convocó a ruedas de prensa. En una de ellas dijo: «Puedo afirmar categóricamente que no tomo drogas. No soy un corredor novato. Ya sé que todo el mundo ha estado observándome, escudriñando y buscando pruebas, pero nadie va a encontrar nada porque no hay nada que encontrar».
Estaba equivocado, le fueron retirados los siete títulos del Tour de Francia porque la Agencia Antidopaje de Estados Unidos lo acusó de ingerir y suministrar sustancias a sus compañeros. Se tuvo que desligar de la fundación contra el cáncer, los patrocinadores le removieron el respaldo y fue sancionado de por vida por la Unión Ciclista Internacional. Su imagen decayó de inmediato.
Desde entonces aprendí una lección, es sumamente difícil confiar en una figura pública, cada quien usa distintas estrategias para engañar: conceden entrevistas a quienes consideran sus aliados y no a aquellos que los pueden incomodar, escriben libros y hacen películas autobiográficas con una versión distinta a la realidad. Algunos no soportan la presión de la prensa y sucumben ante el escrutinio público, como fue el caso de Armstrong, que eligió el programa de Oprah Winfrey para hacer su confesión.
Mark Twain dijo una vez: «Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados», pero esta vez Armstrong no corrió con suerte y se dio de cara contra una sociedad que jamás perdonó su mentira.