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Mi padre me salvó la vida


Mi padre me salvó la vida. (Ilustración, Centennial: Gérman Gómez).

Mi padre tenía la costumbre de llevarnos a la Avenida las Américas de paseo para que nos subiéramos a los caballitos, y a mí se me antojó que ese día quería cabalgar en un enorme caballo blanco que se parecía a «Plata» de la serie El Llanero Solitario. Tuvimos que hacer una larga fila y cuando finalmente llegó mi turno, emocionada me subí a mi corcel que se descontroló y empezó a relinchar. De inmediato escuché la voz de mi padre que, con un rostro de angustia, me gritaba que me sujetara bien de las riendas del enorme caballo que se paró sobre sus patas traseras igual que en la serie.


Luego del incidente el encargado dijo que «Plata» ya no era seguro para los demás niños y se lo llevó a un rincón. Yo estaba triste y mi papá me dijo: «lo hiciste muy bien Claudina, fuiste valiente». Me dio un abrazo, besó mis mejillas y me compró un helado. Él me conocía, sabía que estaba preocupada por «Plata». Caminamos un buen tramo mientras terminaba mi nieve y luego regresamos para comprobar que el caballo estaba bien.


En otra ocasión fuimos a una feria y nos subimos a un juego mecánico que después de muchas vueltas empezó a marearme. Mi padre estaba parado a la par cuando vio mi rostro pálido, me preguntó que me pasaba, casi sin aliento le dije: «creo que me voy a desmayar». Me dio un apretón de manos y me volvió a decir: «sujétate bien, ya se va a acabar».


Dos veces me había salvado, la tercera fue en un partido de fútbol cuando hice una maniobra con la pelota y mi muñeca cayó encima del balón que seguía dando vueltas. Sin esperar a que el árbitro pitara, se metió corriendo al campo, tomó con fuerza mi brazo y regresó el hueso a su lugar. Me llevó al hospital para que sacaran una radiografía que mostraba una fractura. Tuve un yeso por tres meses y el médico dijo que gracias a la intervención de mi padre no sería necesario operar.


La cuarta vez fue cuando me dijo que un embarazo no es motivo para unir tu vida a la de una persona que ha demostrado que no te ama, que a veces las decisiones más fuertes que se toman en la vida son las que te evitarán sufrimientos posteriores.


No recuerdo cuántas veces más salvó mi vida, y no porque en realidad esos eventos representaran peligro de muerte, pero demostró que estuvo presente, que podía contar con él.


Gracias, papá, porque sentí que me salvabas la vida cuando casi me caigo de «Plata»; cuando me dio la pálida en el juego mecánico y sujetaste mi mano con fuerza; cuando sin ser médico, regresaste el hueso a su lugar; y cuando consolaste mi corazón destrozado tomándome en tus brazos.


Mi padre murió un 18 de diciembre. Días previos a su fallecimiento vimos las Luces Campero a través del televisor de un hospital. Esta vez yo sujetaba su mano, quería salvarle la vida a quién tantas veces salvó la mía.


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