Cómo no ser un buen aficionado
Los estadios siempre me han provocado una sensación de ansiedad, nunca me he sentido segura rodeada de muchas personas. Quizá debería plantear de nuevo la manera como empecé a escribir y afirmar que me siento vulnerable por algunas personas que llegan a los estadios.

Hace unos años cuando Shakira se presentó con su larga cabellera obscura interpretando Pies Descalzos, Sueños Blancos, un pequeño grupo empezó a lanzarle prendas íntimas a la cara. La artista sumamente molesta, dejó de cantar y les pidió que dejaran de hacerlo «porque ella quería ofrecer un buen show, pero de esa manera era imposible». Sentí pena ajena por el trato irrespetuoso que le dieron, tuve deseos de gritar: ¡No todos los guatemaltecos somos así! Por unos instantes los ánimos se calmaron pero después empezaron a lanzar latas de cerveza y fue necesario que un grupo de seguridad interviniera.
Uno creería que en ese tipo de espectáculos suelen suceder incidentes como el del concierto de Shakira por la permisividad al consumo de alcohol. Sin embargo, recuerdo que cuando el cantautor y pastor germano-español Marcos Vidal terminó un concierto y anunció que estaría autografiando material y compartiendo con su público al final del pasillo, inmediatamente una multitud se abalanzó al lugar destinado para las firmas, provocando que el intérprete se retirara.
Va a tener que quitarse la sudadera porque es el color de Paraguay.
Otro tipo de evento en donde se puede ver reflejada la pasión de los aficionados es en los juegos de fútbol. Me sucedió en un estadio de Argentina en el que un grupo de guatemaltecos habíamos ganado boletos para presenciar un partido entre Paraguay y Argentina. El guía turístico nos sugirió que nos abrigáramos bien porque había probabilidad de lluvias y el clima sería frío, sin pensarlo tomé la única sudadera roja que tenía, parecía un punto rojo entre aquella muchedumbre con chaquetas y camisolas blanco y celeste. Mi compañera me dijo: «va a tener que quitarse la sudadera porque es el color de Paraguay», pero el frío era tanto que preferí dejármela. El juego inició y las pasiones afloraron, entonces empezaron las porras de los argentinos que con enjundia cantaban: “¡El que no salte es paraguas!” refiriéndose al equipo de Paraguay, mi compañera preocupada por mi seguridad me suplicaba: ¡Por favor, salte!
Esa tarde ganó Argentina y el fervor estaba a rebosar, vimos como la policía detenía a un revoltoso en el estadio pero nada más. Alguien dijo que si el resultado hubiera sido distinto las cosas no serían igual.
Se preguntará: ¿a qué viene todo este preámbulo? Déjeme contarle hasta donde un marcador de 4 a 0 fue capaz de encender el fuego en aficionados que enceguecidos iniciaron una pelea en la que los únicos afectados fueron los dueños de un restaurante familiar, una señora que huyó por debajo de las mesas para ponerse a salvo y los clientes que nos sentimos inseguros ante este tipo de reacciones que nos demuestran cómo no se es buen aficionado.