top of page

¿Quiénes son los guardianes de la historia?


¿Quiénes son los guardianes de la historia? (Foto: Gérman Gómez).

¿Qué es la historia? En términos estrictos y de sentido común, la historia es la narración de los acontecimientos del pasado. Pero en términos filosóficos, lo que nos preguntamos es acerca de la posibilidad de su objetividad. ¿Se puede saber de verdad qué es lo que pasó realmente en el pasado? Hay quienes cuestionan que sea posible acceder a los hechos del pasado de manera objetiva y muestran que, siempre que alguien habla en nombre de la objetividad histórica, es muy probable que esté tapando algo o que esté escondiendo algo. La historia nos llega a través de fuentes que no son más que textos, y los textos siempre suponen una interpretación. Pero uno interpreta siempre situado en su presente. Entonces, ¿es alcanzable la objetividad? ¿Se puede alcanzar la objetividad o habrá que pensar a la historia desde un lugar distinto?


Hay una manera tradicional de contar la historia que es reducirla a la narración de los grandes acontecimientos de los grandes hombres, como si la historia fuera un conjunto de hechos que, por alguna razón, se consideran más importantes que otros. Como afirmaría Johann Wolfgang von Goethe, el novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo: «No todo lo que se nos presenta como la historia realmente ha sucedido, y lo que realmente sucedió en realidad no sucedió de la manera que se nos presenta. Más aún, lo que realmente pasó es sólo una pequeña parte de todo lo que pasó. Todo en la historia sigue siendo incierto, los eventos más grandes, así como la menor incidencia».


Evidentemente, las versiones que se tienen de los hechos dependerán de la perspectiva desde la que se cuenta la historia. La historia de muchos de nosotros y, asimismo, la historia de las naciones es la de tantos otros que construyeron su vida en base a una idea hegemónica muy propia de la modernidad: la idea de progreso lineal. La idea de progreso supone una visión acumulativa de la historia, donde parece haber una meta que debe ser alcanzada. Es desde esta meta que se juzgan los hechos como relevantes, indiferentes o retrógrados. La historia cobra sentido siempre en relación a cómo la estamos pensando en el presente, o, mejor dicho, en relación a los valores dominantes del presente.


En las sociedades modernas (capitalistas), el progreso se relaciona con el bienestar económico individual. Pero habría otra manera de analizar la historia: una perspectiva diferente sobre su progreso que ya no sería lineal ni acumulativo. En el relato del «progreso» parece haber un sentido en la historia. Los hechos no ocurren casualmente, sino que parecen estar eslabonados hacia un objetivo superior: la libertad, la revolución o la igualdad. Pero todo aparece justificado. ¿Todo lo que ocurrió en los diferentes hechos históricos siguió una lógica o fue puro fruto del azar? Esta pregunta tiene que ver con algo que llamamos «filosofía de la historia», con la idea de que la historia persigue una finalidad, con la existencia de un sentido por debajo de los hechos que los une en una trama más general.


¿Cómo hacer para demostrar que este sentido oculto no es una operación hecha desde el presente para justificarse así mismo? Los hechos que recorrieron estos momentos importantes de nuestras vidas pueden leerse como piezas de una cadena, si uno ayuda a que las piezas se encadenen. De esta manera, todo lo que no encaja en la trama que estamos narrando queda de lado; queda completamente por fuera de la historia contada. Y, ¿no pasa lo mismo en la historia de una nación? La historia se escribe por parte de algunos, y otros quedan históricamente oprimidos, derrotados, dejados de lado.


Para Walter Benjamín (1892-1940), la historia es siempre la historia de los vencedores. Si hay una historia oficial, una historia que se impone, es porque también existe otra historia: la historia de los derrotados. Por eso, de lo que se trata es de redimir y hacer justicia con todos los muertos y excluidos de la historia. Dejar de pensar en términos de progreso lineal es abrirle las puertas a las pequeñas historias de los que se quedaron afuera: al indigente, al marginado, al indeseado, al extranjero.


Estamos siempre resignificando quiénes somos, repensándonos en nuestro presente, pero también en nuestro pasado. Es que no solo luchamos por un futuro mejor sino que luchamos para que no se nos arrebate nuestra historia. Y por eso hay que insistir en que no hay una historia con mayúsculas que descarta a quien quiere; sino que hay historias, pequeñas, minoritarias y diversas. Esas que nos formaron en aquello que somos, esas que apuntalan nuestras diferencias, esas que, en sus tragedias y en sus realizaciones, nos obligan a seguir luchando por un mundo para todos. Como señala la escritora Carla Montero: «La historia la escriben los vencedores, pero el paso del tiempo también da voz a los vencidos».

46 visualizaciones
bottom of page